miércoles, 5 de noviembre de 2008

La necesidad de leerle a nuestros hijos


La evidencia demuestra que los niños a los que sus padres les leen cuentos tienen un mejor desempeño en el colegio y alcanzan niveles más altos de estudio en su vida adulta.
Que los chilenos leemos poco nadie lo discute. Es un hecho que observamos cotidianamente. El Índice de Lectura reportado en 2007 por Fundación La Fuente así lo confirma: sólo un 50% de los entrevistados declara haber leído un libro por placer la semana pasada.

En la misma línea, las cifras oficiales plantean que si bien la lectura de libros ha avanzado en los últimos 12 años, lo ha hecho a un ritmo muy lento: mientras que 1993 sólo un 25% de las personas leían al menos un libro al año, en el 2005 era de un 40%. Sin duda aún es una cifra muy baja, incluso si la comparamos con otros países de la región, donde los porcentajes suben desde un 50% en Colombia, Brasil y Perú; 60% en México y Uruguay, hasta Argentina (superior al 70%). Aunque de acuerdo a nuestro nivel de desarrollo económico podríamos esperar mejores resultados, seguimos leyendo considerablemente poco.

Pero si bien leer libros por placer es algo diferente a leerle a los niños, al parecer son dos fenómenos que están fuertemente ligados: un estudio realizado en Santiago el 2006 con 188 familias de todos los niveles socioeconómicos, encontró que la mayoría de los padres y madres reconocieron leer con muy poca frecuencia a sus hijos. Un 45,5% de los entrevistados reportó no leer nunca cuentos a sus hijos y el promedio de cuentos favoritos de los hijos recordados por los padres fue de apenas dos (Susperreguy, Strasser, Lissi y Mendive, 2006). Si relacionamos este resultado con el consumo de TV, la competencia es desigual: de acuerdo a una encuesta realizada este año, un 68% de los padres declaró que sus hijos ven televisión diariamente, en comparación con sólo un 21% que dice que leen libros todos los días (CNTV, 2008).

Pero ¿qué importancia tiene leerle a los niños? ¿hay acaso alguna razón que nos impulse a hacer un esfuerzo por cambiar nuestros hábitos? ¿hay alguna diferencia ente un niño al que sus padres le leen cuentos y uno al que no? ¿no es acaso rol de los profesores enseñar a leer a los niños? ¿influye, por ejemplo, en cómo les vaya en el colegio el pasar tiempo leyéndoles libros? ¿podemos quedarnos tranquilos de que en esta era la televisión y el computador han simplemente reemplazado a los libros? ¿no ocupan acaso el mismo rol: entretener? Este tipo de preguntas nos necesitamos hacer para dimensionar el problema. Las respuestas a estas preguntas han estado a su vez liderando la agenda de investigación internacional en el área de la alfabetización y han recogido evidencia robusta de que leerle a los niños sí hace una diferencia. Pero ¿cuál es esa diferencia?

La evidencia demuestra que la mayoría de los procesos necesarios (o pre requisitos) para que los niños aprendan a leer y escribir, ocurren antes de que estos entren al sistema escolar (Pressley, 1998). En otras palabras, la tarea empieza en la casa y en el jardín infantil. Pero esto no significa que tenemos que enseñarles a leer y escribir antes de los 6 años. Significa más bien que si durante este primer período de su desarrollo los niños se han convertido en expertos escuchando cuentos y “leyendo” imágenes, estarán definitivamente mejor preparados para enfrentar las demandas crecientes del sistema escolar y del mundo en general. Estudios en esta línea incluso muestran que los niños a los que les han leído, no sólo les va mejor en el colegio, sino también alcanzan niveles más altos de estudio en su vida adulta. En este ámbito, el desarrollo temprano predice el nivel de aprendizaje futuro (Borzone y Marro, 1990).

Pero las investigaciones también nos entregan evidencia de que es necesario ampliar la forma tradicional de leer. Sentarse (o tenderse) junto a nuestros hijos y leerles un cuento sin interrupciones antes de dormir, no es la estrategia más efectiva para ayudar a convertirlos en buenos lectores. Si bien el vínculo afectivo que se genera en la lectura compartida también ha mostrado tener un efecto positivo en la alfabetización (Bergin, 2001; Leseman y de Jong, 1998, en Villalón, Bedregal, Strasser y Zilliani, 2006), la lectura dialógica ha mostrado ser más eficaz a la hora de desarrollar la alfabetización temprana. Esta estrategia “(…) involucra un cambio en los roles tradicionales del adulto y del niño al leer el libro. En este método el adulto incentiva al niño a convertirse en el relator de la historia, asumiendo una postura de escucha activa, en lugar de simplemente leer la historia. El adulto agrega información, hace preguntas y estimula al niño a dar explicaciones y descripciones más sofisticadas” (Villalón et. al. 2006) Un ejemplo de lectura compartida del comienzo del libro “Jairo y la comida” es:

“Jairo tiene carácter dice su papá
Según su profesora es un alumno ejemplar
Es regalón, dice su abuela
Es mi mejor amigo dice Manuela”

Mamá: ¿y qué dice la mamá de Jairo?
Niña: No sé…
Mamá: ¿Por qué crees que la mamá no aparece?
Niña: Porque Jairo vive con su papá…yo creo que la mamá vive lejos.
Mamá: ¿conoces a alguien que viva con solo su mamá o su papá?
Niña: Sí, Felipe mi compañero de jardín tiene dos casas: en una vive su mamá y en otra su papá.
Mamá: ¿ y Felipe también tiene carácter como Jairo, o sea tiene personalidad…no es tímido?.
Niña: Eh…sí, Felipe es parecido a Jairo…pero Felipe es más moreno.
Mamá: Ahá, sigamos leyendo?
Niña: Ya.

“Mientras Jairo come
protesta sin parar
¡se me gastan los dientes!
¡no puedo tragar!
Su papá le ruega
Que pruebe el pescado
El puré y el arroz
Lo puede dejar a un lado”

Mamá: ¿Jairo es bueno a malo para comer?
Niña: Malo
Mamá: ¿es mañoso, cierto?
Niña: Sí
Mamá: ¿y qué le dice su papá?
Niña: que se coma el pescado
Mamá: ¿como cuando yo te dijo “una cucharada más”?
Niña: sí, pero tal vez a Jairo no le gusta el pescado…quizás si le dieran salchichas se las comería…
Mamá: ah! puede ser.

Como lo muestra el ejemplo, resulta muy eficaz para la alfabetización si transformamos la lectura en un especie de diálogo en donde las preguntas que formulemos le ayuden a los niños a comprender y dar sentido a la historia.

De esta manera, podemos también ocupar la lectura como una instancia de diálogo y conocimiento del mundo de nuestros hijos. Las asociaciones que hagan con el texto leído nos darán cuenta del mundo que están viviendo, las experiencias, conflictos, aprendizajes y descubrimientos que van haciendo día a día en el devenir de su experiencia. Y esta es sin duda la mejor retribución para los padres a la hora de leer: acceder al mundo de los niños y ser figuras significativas en su desarrollo cognitivo, social y emocional.

Por Bernardita Muñoz.

Fuente: http://www.educarchile.cl/

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